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Fístula Arteriovenosa Coronaria

La fístula arteriovenosa coronaria (FAVC) es una comunicación anómala entre una o más arterias coronarias y una cavidad cardíaca o un gran vaso venoso, que permite el paso directo de sangre arterial a alta presión hacia un compartimento de baja presión, eludiendo el flujo normal a través del lecho capilar miocárdico. Esta condición altera la hemodinámica cardíaca y puede provocar isquemia, insuficiencia cardíaca y, en casos no tratados, complicaciones graves como endocarditis o rotura de la propia fístula.


La fístula arteriovenosa coronaria es una anomalía rara, presente en el 0,1-0,2% de los pacientes sometidos a angiografía coronaria, pero puede tener relevancia clínica dependiendo del calibre de la fístula y del volumen del cortocircuito sanguíneo.

La mayoría de las FAVC son de origen congénito, aunque existen formas adquiridas secundarias a procedimientos invasivos, traumatismos torácicos o complicaciones de infecciones endovasculares.

El reconocimiento precoz y un manejo adecuado son fundamentales para prevenir el deterioro hemodinámico progresivo y las complicaciones potencialmente mortales asociadas a esta condición.

Etiología, patogenia y fisiopatología

La fístula arteriovenosa coronaria es una conexión anómala entre una arteria coronaria y una estructura de baja presión, como una cavidad cardíaca o un vaso venoso, que permite el paso directo de sangre a alta presión. Esta condición puede tener origen congénito o adquirido.


Las causas etiológicas confirmadas incluyen principalmente anomalías congénitas en el desarrollo vascular cardíaco. Durante la embriogénesis, la regresión incompleta de los plexos vasculares primitivos puede provocar la persistencia de conexiones anómalas entre las arterias coronarias y las cavidades cardíacas o los vasos venosos mayores. Las formas adquiridas, en cambio, derivan de daños directos a la pared vascular, como los causados por traumatismos torácicos penetrantes o contusos, procedimientos cardíacos invasivos (cateterismos, ablaciones transcatéter, implante de marcapasos o desfibriladores) o infecciones graves como la endocarditis bacteriana, que pueden erosionar y romper las estructuras vasculares coronarias.


Además de estas causas directas, existen algunos factores de riesgo prevenibles que, aunque no etiológicos en sentido estricto, aumentan la probabilidad de desarrollar una FAVC adquirida. Entre ellos se incluyen la exposición frecuente a procedimientos cardiológicos invasivos, el manejo subóptimo de infecciones endovasculares y la falta de medidas preventivas frente a traumatismos torácicos severos, como el uso del cinturón de seguridad o protecciones deportivas adecuadas.


Desde el punto de vista patogénico, la presencia de una comunicación entre una arteria coronaria y un compartimento de baja presión genera un flujo anómalo continuo durante todo el ciclo cardíaco. Este flujo desvía la sangre oxigenada antes de que alcance el lecho capilar miocárdico, reduciendo la perfusión distal y dando lugar al llamado robo coronario. La sangre destinada al miocardio se desvía hacia un compartimento de baja resistencia, provocando isquemia, especialmente durante el esfuerzo físico, cuando aumenta la demanda de oxígeno.


La fisiopatología resultante se caracteriza por una dilatación progresiva de la cámara receptora, con el desarrollo de sobrecarga de volumen y posterior insuficiencia cardíaca congestiva. Además, el segmento proximal de la arteria coronaria, sometido a flujos elevados y turbulentos, puede dilatarse de forma aneurismática, con riesgo de trombosis, embolia o rotura espontánea. La dilatación de las cavidades cardíacas y la isquemia crónica contribuyen finalmente a la aparición de arritmias auriculares y ventriculares, que agravan aún más el cuadro clínico.

Manifestaciones clínicas

Las manifestaciones clínicas de la fístula arteriovenosa coronaria dependen de varios factores, entre ellos el tamaño de la fístula, la cantidad de cortocircuito sanguíneo y la presencia de complicaciones secundarias. Muchas fístulas de pequeño calibre permanecen asintomáticas durante largos períodos y se diagnostican de forma incidental durante estudios cardiológicos realizados por otros motivos.


La anamnesis debe investigar la presencia de factores predisponentes como traumatismos torácicos previos, procedimientos cardiológicos invasivos o infecciones endocárdicas, así como síntomas sugestivos de isquemia miocárdica o insuficiencia cardíaca. En pacientes adultos, especialmente en deportistas o personas físicamente activas, la presencia de una sintomatología progresiva puede hacer sospechar una fístula de gran tamaño.


Los síntomas más frecuentes incluyen:


En la exploración física, los hallazgos clínicos más relevantes suelen ser:


Debe señalarse que la intensidad del soplo y la presencia de signos clínicos no siempre se correlacionan con la gravedad anatómica de la fístula. Algunas fístulas de gran calibre pueden presentarse con síntomas discretos o insidiosos, lo que exige un alto grado de sospecha clínica para su detección precoz.

Diagnóstico

El diagnóstico de la fístula arteriovenosa coronaria se basa en la integración de datos de la anamnesis, hallazgos clínicos y estudios complementarios. En la práctica clínica, la sospecha suele surgir ante la presencia de un soplo torácico continuo o de síntomas cardíacos atípicos no atribuibles a patologías más frecuentes.


El primer paso diagnóstico es la ecocardiografía transtorácica (ETT), que, especialmente con Doppler color, puede detectar flujos anómalos en las cavidades cardíacas. En pacientes con mala ventana acústica o en casos complejos, la ecocardiografía transesofágica (ETE) proporciona imágenes más detalladas, aumentando la sensibilidad diagnóstica.


Una vez sospechada la presencia de una comunicación anómala, la angiografía coronaria constituye la prueba de referencia para confirmar el diagnóstico. Permite visualizar directamente el trayecto de la fístula, su origen, el punto de drenaje y la magnitud del cortocircuito. Además, es fundamental para la planificación del tratamiento, ya sea quirúrgico o percutáneo.


En casos donde se prefiera un enfoque no invasivo o en presencia de anatomías vasculares complejas, la tomografía computarizada cardíaca (TC coronaria multicorte) representa una alternativa válida. Proporciona reconstrucciones tridimensionales precisas del árbol coronario y la fístula, detallando su relación con las estructuras cardíacas adyacentes.


La resonancia magnética cardíaca (RMN) puede emplearse como complemento para valorar el impacto hemodinámico de la fístula, la función ventricular y signos de isquemia miocárdica secundaria.


El electrocardiograma (ECG) puede mostrar anomalías sugestivas de isquemia, como descenso del ST o inversión de la onda T, o signos de sobrecarga de cavidades. Aunque no es diagnóstico por sí solo, puede reforzar la sospecha clínica.


La prueba de esfuerzo puede ser útil para detectar isquemia por robo coronario si la historia clínica o el ECG sugieren angina de esfuerzo. No obstante, debe indicarse con precaución según la estabilidad clínica del paciente.


En pacientes con síntomas avanzados o sospecha de insuficiencia cardíaca, la gasometría arterial y la determinación de biomarcadores cardíacos (troponina, BNP) pueden ayudar a definir la gravedad del compromiso hemodinámico y guiar la conducta inmediata.

Tratamiento

El manejo de la fístula arteriovenosa coronaria depende de variables como el tamaño de la fístula, el volumen de cortocircuito, la presencia de síntomas o complicaciones y el riesgo de evolución a largo plazo. El objetivo del tratamiento es evitar la progresión hacia insuficiencia cardíaca congestiva, isquemia miocárdica o complicaciones vasculares mayores.


En pacientes asintomáticos con fístulas pequeñas y cortocircuito hemodinámicamente irrelevante, puede adoptarse un enfoque conservador con seguimiento clínico e instrumental periódico. Sin embargo, la mayoría de las fístulas clínicamente significativas requieren tratamiento activo.


El cierre percutáneo transcatéter es la primera opción terapéutica en la mayoría de los casos. Mediante el uso de espirales de embolización, plugs vasculares o dispositivos específicos, se puede ocluir la fístula sin necesidad de cirugía abierta. Esta técnica se prefiere en fístulas únicas, con anatomía favorable y sin aneurismas asociados.


La corrección quirúrgica está indicada en presencia de:


La intervención quirúrgica consiste en el cierre directo de la comunicación anómala, eventualmente con bypass coronario si el segmento proximal está dañado o dilatado. En casos complejos puede requerirse circulación extracorpórea.


En situaciones de emergencia, como rotura de un aneurisma o shock cardiogénico, el tratamiento quirúrgico debe realizarse de forma urgente.

Pronóstico

El pronóstico de la fístula arteriovenosa coronaria es en general favorable si se reconoce y trata precozmente. El cierre efectivo de la fístula, tanto percutáneo como quirúrgico, permite en la mayoría de los casos la recuperación de la función cardíaca y la resolución de los síntomas isquémicos o congestivos.


El riesgo de recurrencia es bajo, pero requiere seguimiento clínico e instrumental a largo plazo, con ecocardiografías seriadas y, en casos complejos, estudios angiográficos repetidos.


En pacientes no tratados o con fístulas no diagnosticadas, el riesgo de evolución hacia insuficiencia cardíaca crónica, isquemia severa, arritmias malignas o complicaciones vasculares (trombosis, embolia, rotura aneurismática) es significativamente mayor, con reducción de la supervivencia a medio-largo plazo.


Un tratamiento oportuno y adecuado mejora notablemente el pronóstico clínico, reduce la morbilidad y permite, en la mayoría de los casos, una vida normal sin limitaciones funcionales importantes.

Complicaciones

En ausencia de tratamiento adecuado, la fístula arteriovenosa coronaria puede evolucionar hacia una serie de complicaciones potencialmente graves, debidas a la alteración hemodinámica persistente y al daño estructural progresivo de las cavidades cardíacas y las arterias coronarias.


La complicación más frecuente es el desarrollo de insuficiencia cardíaca congestiva, consecuencia de la sobrecarga de volumen crónica de las cámaras receptoras. El flujo anómalo genera dilatación progresiva de aurículas y ventrículos, con deterioro de la función sistólica y diastólica y aparición de signos de congestión sistémica y pulmonar.


La reducción de la perfusión miocárdica distal, debida al fenómeno de robo coronario, expone además al paciente al riesgo de isquemia miocárdica crónica. En los casos más graves puede derivar en angina inestable o infarto de miocardio, aumentando la morbilidad y mortalidad cardiovascular.


Otro riesgo importante es la formación de aneurismas en el segmento coronario proximal a la fístula. La exposición crónica a flujos elevados y turbulentos debilita progresivamente la pared arterial, favoreciendo su dilatación. Estos aneurismas pueden trombosarse, embolizar o romperse espontáneamente, evento raro pero potencialmente fatal por hemopericardio agudo y taponamiento cardíaco.


Las alteraciones anatómicas y funcionales inducidas por la fístula favorecen también la aparición de arritmias auriculares y ventriculares. La dilatación de cavidades y la isquemia crónica desestabilizan eléctricamente el miocardio, aumentando el riesgo de fibrilación auricular, taquicardias ventriculares e incluso paro cardíaco súbito.


Por último, la presencia de flujos anómalos puede facilitar la colonización bacteriana y la formación de vegetaciones, aumentando el riesgo de endocarditis infecciosa, complicación que puede agravar aún más el estado hemodinámico y requerir intervenciones urgentes.


El conocimiento y la vigilancia activa de estas posibles complicaciones son esenciales para establecer una estrategia terapéutica adecuada y mejorar el pronóstico a largo plazo de los pacientes con fístula arteriovenosa coronaria.

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